Pequeña reseña fotográfica de una de las mañanas más gratificantes del 2020 en Edimburgo.

No estoy segura que hayamos tenido una razón particular que nos orillara a decidirlo, pero nos despertamos en la mañana más fría que puedo recordar de aquellos días en Edimburgo y emprendimos el camino hacia Arthur’s Seat.


Voltee por primera vez a los 20 minutos de empezar la caminata. Me tomé un par de segundos para disfrutar el momento antes de sacar la cámara casi en automático y disparé un par de veces.

El viento gélido corría con fuerza y hacía bailar el pastizal en las montañas, como pequeños vellitos en un gigante dormido. Las nubes se movían rápidamente y los rayos de luz que penetraban de vez en cuando actuaban como reflectores en la montaña.

Eran esos rayos dorados que me encantan, los primeros del día, paralelos al horizonte, que rozan el suelo y proyectan las sombras más largas cada que algo se interpone en su camino.


Y seguimos subiendo, al punto de que vale la pena usar el telefoto y sentirnos detectives por un momento, tratando de encontrar los edificios que conocemos.
– Allá está el castillo, mira que pequeñitas se ven las personas en la orilla de la montaña – estoy en mi elemento.

Al poco tiempo alcanzamos la cima, lo vemos todo.
Llevamos una hora subiendo y nos merecemos un descanso.

Emprendemos el regreso a casa y es hora de guardar la cámara. Esas imágenes se quedan únicamente en mi memoria y el descenso se vuelve otra aventura inesperada por sí misma.